Cuando caminamos con Dios, tras acogernos a la gracia que viene de Él, se producen transformaciones de carácter sobrenatural que nos permiten marcar la diferencia en la sociedad en la que nos desenvolvemos. Análisis bíblico.
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Cuando se habla de la santificación del ser humano, muchas personas experimentan temor. Desde su perspectiva limitada, es algo difícil de alcanzar. Como es apenas previsible, están pensando que la lucha se debe librar en sus fuerzas y no en el poder de Dios.
Desde la perspectiva Escritural hay tres elementos que son esenciales para la salvación de toda persona:
- La Justificación.
- La Regeneración.
- La Santificación.
¿Cómo se obtienen estos tres fundamentos? Al convertirnos en hijos de Dios, gracias a la obra redentora de Jesús en la cruz, de la que nos apropiamos por fe. Las obras no tienen nada que ver en el proceso. El que ha aceptado a Cristo como su Señor y Salvador es nacido de nuevo, justificado y santificado. Al que le falte uno de estos tres ingredientes, no es un auténtico hijo ni cristiano a los ojos del Padre.
Por supuesto, si muere en esta condición, no lo encontraremos en la eternidad, a donde irán los justos y redimimos.
No es un asunto trivial, sino importante porque con la mezcla de doctrinas que prevalecen hoy, se confunde la justificación con la santificación y son dos componentes diferentes.
LA TRANSFORMACIÓN SOBRENATURAL
El autor y ministro inglés, John Charles Ryle (1816-1900), define la santificación en términos sencillos, de la siguiente manera:
«Santificación es la obra espiritual interior que el Señor Jesucristo lleva a cabo en el hombre por medio del Espíritu Santo cuando lo llama a ser un verdadero creyente. El instrumento por el cual el Espíritu hace esto es, generalmente, la Palabra de Dios, aunque a veces usa aflicciones y visitaciones providenciales “sin palabra” (1 Pedro 3:1). El sujeto de esta obra de Cristo por su Espíritu es llamado en las Escrituras un hombre “santificado”.
La obra del Espíritu produce en el hombre al menos cuatro cambios que tienen un carácter sobrenatural:
- Limpieza de sus pecados gracias a la obra redentora de Jesucristo.
- Lo separa de su amor natural por el pecado y el mundo.
- Pone una nueva vida en su corazón.
- Lo hace practicar la sujeción a Dios en su vida.
Aquí es importante tener en cuenta la enseñanza de John Charles Ryle:
“El Señor Jesús se ha hecho cargo de todo lo que las almas de los suyos requieren; no sólo para librarlos de la culpa de sus pecados por medio de su muerte expiatoria, sino también del dominio de sus pecados, colocando al Espíritu Santo en sus corazones, no únicamente para justificarlos, sino también para santificarlos.”
Precisamente, para que usted y yo seamos santos, Cristo murió en la cruz, como el propio Jesús dice:
“Como Tú me enviaste al mundo, Yo también los he enviado al mundo. Y por ellos Yo me santifico, para que ellos también sean santificados en la verdad.” (Juan 17: 18, 19; Cf. 1 Corintios 1: 30 | NBLA)
Y el apóstol Pablo anota en la carta a los creyentes de Éfeso lo siguiente:
“Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada.” (Efesios 5: 25-27| NBLA)
Observe cuidadosamente lo que enseña el apóstol Pablo en cuanto a que, pese a nuestros equívocos—de los cuales debemos arrepentirnos, por supuesto—Dios nos ve sin mancha ni arruga, de manera santa e inmaculada. Es algo maravilloso que solamente Él por amor a Su pueblo, puede hacer.
NO CREA A LAS MENTIRAS DEL ENEMIGO ESPIRITUAL
Por supuesto, el enemigo espiritual siempre insistirá en hacernos sentir culpables y, de esa manera, llevarnos a volver atrás. Sin embargo, cuando tomamos conciencia que, por la obra de Cristo en el Gólgota, ahora somos santos delante del Padre, no creeremos a las mentiras del adversario espiritual y seguiremos avanzando, no en nuestras fuerzas, sino prendidos de la mano del Señor.
Le animamos a tener en cuenta que:
- Por la obra de Cristo en la cruz somos santificados (1 Corintios 1: 30; Juan 17:19)
- El Señor Jesús nos redimió de toda iniquidad (Tito 2:14)
- Delante del Padre ahora somos purificados.
- Cristo Jesús llevó nuestros pecados sobre su cuerpo para que vivamos en justicia (1 Pedro 2:24)
- Jesús el Señor nos presenta delante del Padre como hombres y mujeres justos, santos e irreprochables (Colosenses 1: 21, 22)
La Palabra nos enseña que el Señor Jesucristo ya llevó a cabo la obra de santificación en nuestras vidas, así como la justificación. Por eso, en la gracia—cuando nos apropiamos de ella por fe–, el Padre nos ve justos y santos. Es una verdad que el enemigo espiritual. Satanás, no quiere que creamos.
Nuestra condición ahora es diferente, porque Jesús ya se sacrificó con todos nosotros y aún por aquellos que en el futuro creerán:
«Porque tanto el que santifica como los que son santificados, son todos de un Padre; por lo cual Él no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: «Anunciaré Tu nombre a Mis hermanos, en medio de la congregación te cantaré himnos». Otra vez: «Yo en Él confiaré». Y otra vez: «Aquí estoy, Yo y los hijos que Dios me ha dado». Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre[c], también Jesús participó de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida. » (Hebreos 2: 11-15 | NBLA)
Por favor, lea el pasaje bíblico cuantas veces sea necesario. Contiene una poderosa enseñanza que lo hace libre en Jesús. Puede que en otras ocasiones haya leído esta misma Escritura, pero ahora que está mirando las cosas desde la perspectiva de la gracia, su comprensión es diferente.
NO ES UN ASUNTO SENCILLO
Es cierto, hablar y comprender acerca de la santificación es un asunto complejo. Lo comprendemos. La Biblia lo deja claro, pero nuestra mente finita a veces lo considera imposible. Y la razón es sencilla, en nuestra formación legalista y religiosa el amor de Dios es, además de incomprensible, imposible para el pecador.
Santificados ahora, por la obra de Jesús en la cruz, nos mantenemos unidos a Él, lo cual nos permite llevar fruto abundante, es decir, transformaciones profundas que en nuestras fuerzas no son posibles y que impactan a quienes nos rodean:
“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer. Si alguien no permanece en Mí, es echado fuera como un sarmiento y se seca; y los recogen, los echan al fuego y se queman.” (Juan 15: 5, 6. | NBLA)
El autor y predicador inglés, John Charles Ryle, alrededor de este pasaje, anota:
“La unión con Cristo que no produce ningún efecto en la vida, es una mera unión de forma, que no tiene valor ante Dios. La fe que no tiene una influencia santificadora sobre el carácter del creyente, no es mejor que la fe de los demonios. No es un don de Dios. No es la fe de los escogidos de Dios. En resumen, donde no hay una santificación de la vida, no hay una fe verdadera en Cristo. La fe verdadera obra por el amor. Constriñe al hombre a vivir para el Señor como efecto de un profundo sentido de gratitud por su redención. Le hace sentir que nunca puede hacer demasiado por Aquel que murió por él. Habiendo sido perdonado por mucho, mucha ama. Aquel a quien la sangre de Cristo lo limpia, vive en la luz. El que tiene una auténtica esperanza viva, se purifica a sí mismo, tal como el Señor es puro.”
Seguir en la misma situación, de profesar fe en Cristo por la obra que hizo en la cruz y mantenernos deliberadamente en el pecado, es una evidencia de obras muertas como anota el apóstol Santiago (2:26).
Conviene que ampliemos esta enseñanza a partir de la lectura de pasajes relevantes como Santiago 2:17-20; Tito 1:1; Gálatas 5:6; 1 Juan 1:7; 3:3.
Es esencial que enfaticemos en el hecho de que la santificación es el resultado y la consecuencia inseparable de la regeneración. El que es nacido de nuevo y hecho nueva criatura, recibe una nueva naturaleza y nuevos principios de vida, y vive siempre una vida nueva. En ese orden de ideas, quien sigue viviendo en la mundanalidad y en una pecaminosidad deliberada, no ha sido regenerado.
Aquí cabe recordar lo que anota el apóstol Juan:
«Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él. No puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios; tampoco aquel que no ama a su hermano.» (1 Juan 3:9, 10 | NBLA)
En síntesis, podemos señalar que donde no hay santificación, no hay regeneración y donde no hay una vida santa, no hay un nacimiento santo.
Es importante resaltar que vivir en santificación, con las transformaciones que implican, no se fundamenta en obras, sino en la dependencia de Dios. Él produce los cambios que tanto anhelamos. Leyendo los pasajes que anotamos a continuación, podrá ampliar esta enseñanza (Romanos 8:9; 8:14 Gálatas 5:22-25)
DECIDIDOS A VIVIR EN LA SANTIFICACIÓN
Nuestra vida santa, marca la diferencia. Evidencia que hay un mover poderoso de Cristo en cada uno de nosotros. No son las obras en las que nos esforzamos, sino la transformación que está ligada a una íntima relación con el Padre.
El que se vanagloria de ser uno de los escogidos de Dios mientras que, intencional y habitualmente, vive en pecado, sólo se engaña a sí mismo y blasfema.
Por supuesto que es difícil saber lo que realmente es cada persona; muchos que parecen bastante buenos externamente, pueden resultar hipócritas con un corazón corrupto. Pero el individuo en el que no hay, al menos, alguna indicación externa de santificación, podemos estar seguros de que tampoco es escogido.
Este punto es esencial porque se trata de entender nuestra identidad en Cristo, ahora como hijos de Dios por la obra que Él hizo en la cruz, y la disposición de caminar en santificación. No por obligación, sino por amor a Aquél que nos perdonó.
No podemos ampararnos en la gracia para desconocer que deberemos rendir cuentas, si nos movemos en la mundanalidad deliberada y consciente.
La palabra del apóstol Pablo a los creyentes de Éfeso, encaja oportunamente aquí:
«Y no entristezcan al Espíritu Santo de Dios, por el cual fueron sellados para el día de la redención. » (Efesios 4: 30; Cf. 2 Pedro 3:18; 1 Tesalonicenses 4:1 | NBLA)
El apóstol Pablo escribiendo a los cristianos de Tesalónica lo define así:
«Por lo demás, hermanos, les rogamos, y les exhortamos en el Señor Jesús, que tal como han recibido de nosotros instrucciones acerca de la manera en que deben andar y agradar a Dios, como de hecho ya andan, así abunden en ello más y más.» (1 Tesalonicenses 4. 1 | NBLA)
Un verdadero cristiano es aquel que, no sólo tiene paz en su conciencia, sino también libra una guerra en su interior. Puede que le suene extraño, pero es así: Tal creyente puede ser conocido por sus luchas, al igual que por su paz. Es decir, reconoce que el pecado es pecado y no se ampara en la gracia para seguir haciendo lo mismo.
Por ese motivo, cuando su naturaleza quiere llevarlo a pecar, piensa primero antes de actuar por cuanto ama da Dios y no quiere ofenderle. Y si lo llegara a hacer, se arrepiente de corazón y pide la gracia del Padre para seguir adelante.
© Fernando Alexis Jiménez
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