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7 consejos ineludibles para los pastores de las iglesias

Infinidad de personas que, al amparo del Evangelio, están construyendo hoy día torres de Babel para hacerse a un nombre. Pareciera que les importa más el reconocimiento que la salvación de las almas, la esencia misma de su llamamiento.

Es esencial que nos evaluemos de manera permanente, con lupa y tras reconocer equívocos en el ejercicio ministerial, disponernos a corregirlos con ayuda de Dios.

Entrado en años y con una basta experiencia que solo produce la sumatoria de experiencias, el apóstol Pedro escribió a quienes pastoreaban en el primer siglo:

«Esto es lo que pido a vuestros dirigentes yo, que comparto con ellos la tarea y soy testigo de la pasión de Cristo y partícipe de la gloria que está a punto de revelarse: apacentad el rebaño de Dios confiado a vuestro cargo; velad sobre él, no a la fuerza o por una rastrera ganancia, sino gustosamente y con generosidad, como Dios quiere; no como dictadores sobre quienes estén a vuestro cargo, sino como modelos del rebaño. Y el día en que se manifieste el Pastor supremo recibiréis el premio imperecedero de la gloria.» (1 Pedro 5:1-5 | Versión La Palabra)

Una lectura cuidadosa del texto nos lleva a conclusiones fundamentales de las que deben apropiarse quienes lideran a una comunidad de creyentes y tienen la enorme responsabilidad de predicar la Palabra de Dios:

  • Ser testigos de Cristo.
  • Ejercer con diligencia el pastoreo.
  • No liderar con autoritarismo.
  • Pasión en el ejercicio ministerial.
  • Nos procurar ganancias con el Evangelio.
  • Ser ejemplo de vida para la comunidad de creyentes.
  • Fidelidad y perseverancia en el ministerio.

Ahora, si hiciera un chequeo de su desenvolvimiento pastoral y en el liderazgo a partir de las enseñanzas de Pedro, ¿pasaría usted el examen? Es probable que reconozca que quizá en uno, dos o tres puntos y que hay aspectos de su comportamiento y desempeño, en los que debe aplicar ajustes.

Evaluarnos cuidadosamente, con honestidad, es la única vía hacia un liderazgo cristocéntrico, bíblico y comprometido. No es opcional, sino un imperativo en tiempos en los que encuestas en varios países, revela una progresiva pérdida de credibilidad en los líderes religiosos.

Uno de los primeros factores estriba en cumplir la tarea ministerial con liviandad, fenómeno que resulta histórico.

Alrededor del tema, Ricard Baxter (1615-1691 d.C.), el líder de la iglesia puritana de Inglaterra, escribió un valioso consejo que trasciende el tiempo y aplica a nuestros días:

«Sea diligente en mantenerse en una buena y saludable condición espiritual. Primero predique sus sermones a sí mismo. Su pueblo se fijará si usted ha pasado mucho tiempo con Dios y serán beneficiados. Lo que ocupa más su corazón se comunicará más eficazmente a ellos. Confieso que cuando mi corazón está frío, entonces mi predicación es fría. Si nuestro amor, fe o reverencia disminuyen pronto se manifestará en nuestra predicación, quizás no tanto en lo que predicamos sino en la manera en que lo hacemos. Y nuestro pueblo sufrirá. Por otra parte, si estamos llenos de amor, fe y celo, entonces nuestro ministerio traerá refrigerio y aliento.»

Un pastor o líder avivado, prendido de la mano de Aquél que lo llamó a la obra, podrá ejercer una influencia transformadora en la audiencia. De lo contrario, será un palabrero más, de los que abundan.

LA OBRA DEPENDE DE DIOS

La obra depende de Dios, quien nos llamó. No somos usted o yo por los conocimientos académicos, teológicos, elocuencia y empatía. En absoluto. Todo gira en torno al Señor de la obra y, para tener un ministerio eficaz, debemos depender de Él en todo momento.

Nos equivocamos al considerar que, sin nosotros, las cosas no van bien.

Permítame traer a colación las palabras del teólogo norteamericano, autor y conferencista, Charles Swindoll, quien escribió:

“Mientras la mayor parte del mundo está ocupada en construir torres con la esperanza de hacerse conocer y ganar fama, , la verdad de Dios es la que pone las cosas en su lugar. Las torres hechas por nosotros mismos, siguen erigiéndose. Admitamos nuestra necesidad y apropiémonos de la gracia de Dios… Exaltar nuestro propio esfuerzo y luchar por alcanzar nuestros propios logros, insulta la gracia de Dios y le arrebata el mérito que sólo le corresponde a Él.”

No bastan muchas palabras para explicar a qué se refiere. En esencia, a la infinidad de personas que, al amparo del Evangelio, están construyendo hoy día torres de Babel para hacerse a un nombre. Pareciera que les importa más el reconocimiento que la salvación de las almas, la esencia misma de su llamamiento.

Es el propio apóstol Pedro quien escribe:

«Así que sométanse al poder de Dios, para que él los encumbre en el momento oportuno. Confíenle todas sus preocupaciones, ya que él se preocupa de ustedes. No se dejen seducir ni sorprender. El diablo, que es el enemigo de ustedes, ronda como león rugiente buscando a quién devorar.» (1 Pedro 5: 6-8 | Versión La Palabra)

Un ministerio sometido a Dios, critocéntrico, dispuesto a que Quien llamó sea glorificado, experimentará crecimiento. Por el contrario, quien dependa de sus fuerzas, terminará frustrado porque las cosas no saldrán como espera.

¿DE QUÉ Y DE QUIÉN DEBEMOS CUIDARNOS?

Cuando ejercemos algún ministerio, al que Dios nos haya llamado, es necesario que nos cuidemos. Nos apropiamos de la advertencia del apóstol Pablo en su disertación a los creyentes de Mileto:

«Cuiden de ustedes mismos y de todo el rebaño sobre el que les ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes. Pastoreen la Iglesia que el Señor adquirió con el sacrificio de su propia vida.» (Hechos 20: 28 | Versión La Palabra)

Estas palabras pronunciadas en la majestuosa ciudad griega de la costa occidental de Anatolia, cerca de la desembocadura del río Menderes en la antigua Caria, debe llamarnos a una evaluación cuidadosa.

¿De qué deberíamos cuidarnos?, preguntará usted. La respuesta es sencilla:

  • Cuidarnos del comportamiento, tomando como base la información que recibimos, procesamos y atesoramos.
  • Cuidarnos del orgullo, la ambición y la falta de modestia.
  • Cuidarnos de creer que la obra de Dios prospera porque estamos a cargo.
  • Cuidarnos de predicar, pero no vivir el evangelio.
  • Cuidarnos de acostumbrarnos al pecado y desestimar la santidad de vida.

Aunque parezca increíble, en nuestro tiempo hay predicadores inconversos. ¿Cómo es eso?, preguntará usted. Predican de Cristo, pero no han tenido una experiencia personal con el Señor Jesús.

Hay tres fundamentos que debemos cuidar:

  • La fe
  • El amor
  • El celo por la obra de Dios.

Es esencial que nos evaluemos de manera permanente, con lupa y tras reconocer equívocos en el ejercicio ministerial, disponernos a corregirlos con ayuda de Dios.

Cabe aquí escuchar al apóstol Santiago, cuando escribe:

“Por tanto, renunciando a todo vicio y al mal que nos cerca por doquier, acojan dócilmente la palabra que, plantada en ustedes, es capaz de salvarlos.” (Santiago 1: 21 | Versión La Palabra)

La revisión de nuestro ministerio, a la luz de lo que enseñan las Escrituras, nos llevará a potenciar el desenvolvimiento para alcanzar a las personas con las Buenas Nuevas de Salvación.

CARACTERISTICAS DE UN LÍDER CRISTOCÉNTRICO

El testimonio de vida es fundamental. Nuestros hechos resultan más influyentes que las palabras.

El apóstol Pablo reconoció la importancia de evaluarse y mantenerse alerta en todo momento:

«Si golpeo mi cuerpo con rigor y lo someto a disciplina, es porque yo, que he proclamado a otros el mensaje, no quiero quedar descalificado.» (1 Corintios 9: 27 | Versión La Palabra)

En ese orden de ideas, nuestros distintivos deben girar en torno a:

Ser irreprensibles en la forma como nos expresamos.

  • Cuidar la relación familiar.
  • No caer en el autoritarismo ministerial.
  • Cuidar nuestra vida espiritual.
  • Mantener avivada la vida devocional.
  • Ser diligentes en el estudio sistemático de las Escrituras.
  • No acariciar en el corazón los viejos pecados.
  • Mantenernos alerta frente a la tentación y las asechanzas de Satanás.

Recuerde que en torno a su desenvolvimiento ministerial hay muchas miradas. Están pendientes de qué hace. Claro, cometerá errores, pero jamás olvide que usted es un referente para la comunidad de creyentes.

Si tenemos la certeza de que Dios nos llamó y estamos en Su voluntad al ministrar, es imperativo revisarnos constantemente. Quien se acoge a la gracia de Dios, no descuida su desenvolvimiento ministerial. Por el contrario, lo tiene en alta estima.

Le animo a realizar un análisis de su vida como pastor o líder cristiano. No lo haga en sus fuerzas, sino en oración. Se sorprenderá de los resultados y de lo mucho que puede mejorar. 

© Fernando Alexis Jiménez

Escríbanos contacto@salvosporlagracia.com

@SalvosporGracia


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