Un final feliz para Judas, el traidor

¿Qué habría ocurrido si, tras arrepentirse, Judas hubiese acudido a la misericordia de Dios y no al suicidio? ¿Lo habría perdonado Dios? Estos dos interrogantes despiertan polémica. Procuremos juntos responderlos a la luz de la Biblia.

¿Qué habría ocurrido si, tras arrepentirse, Judas hubiese acudido a la misericordia de Dios y no al suicidio? ¿Lo habría perdonado Dios? Estos dos interrogantes despiertan polémica. Procuremos juntos responderlos a la luz de la Biblia.


El de aquél, era el fiel reflejo de quien ha caído en la desesperación. En sus ojos brillaba la desolación. Por su mente cruzaban mil pensamientos. Escenas que iban y venían con una rapidez asombrosa.

Recordó el momento en que tomó la decisión de traicionar a su Maestro. El día en que sentimientos encontrados, se anidaron en su corazón:

«Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que pertenecía al[a] número de los doce apóstoles.» (Lucas 22:3 | NBLA)

Tiempo después, aquella escena lo martirizaba:

«Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en Sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y se quitó el manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida.» (Juan 13:2-5 | NBLA)

Luego vendría el pacto para entregar a Jesús en manos del sanedrín:

«Entonces… Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, y les dijo: «¿Qué están dispuestos a darme para que yo les entregue a Jesús?». Y ellos le pesaron treinta monedas de plata (30 siclos: 432 gramos).  Y desde entonces Judas buscaba una oportunidad para entregar a Jesús.»(Mateo 26:14-16 | NBLA)

Incluso, para entregarlo, estuvo dispuesto a señalarlo delante de los captores. El momento oportuno llegó cuando estaban en el monte Getsemaní:

«Mientras Jesús estaba todavía hablando, Judas, uno de los doce, llegó acompañado de una gran multitud con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo. El que lo entregaba les había dado una señal, diciendo: «Al que yo bese, Él es; lo pueden prender». Enseguida se acercó a Jesús y dijo: «¡Salve, Rabí!». Y lo besó. «Amigo, haz lo que viniste a hacer», le dijo Jesús. Entonces ellos se acercaron, echaron mano a Jesús y lo arrestaron.» (Mateo 26: 47- 50 | NBLA)

Lo demás sería historia:

«Entonces Judas, el que lo había entregado, viendo que Jesús había sido condenado, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata (30 siclos: 432 gramos de plata) a los principales sacerdotes y a los ancianos, «He pecado entregando sangre inocente», dijo Judas. «A nosotros, ¿qué? ¡Allá tú!», dijeron ellos. Y arrojando las monedas de plata en el santuario, Judas se marchó; y fue y se ahorcó. » (Mateo 27: 3-5 | NBLA)

Todo un drama de vida que enfrentó Judas. Se equivocó. Tomó una decisión desacertada. Claro, esa acción estaba profetizada siglos antes. Judas fue quien instrumentalizó la entrega de Jesús a los sumos sacerdotes para que fuera condenado y, posteriormente, crucificado.

ENFOQUÉMOS EN UN TRISTE FINAL

Alrededor de Judas se pueden decir muchas cosas. Es claro que no estaba plenamente convencido del mensaje de Salvación y que traicionó a Jesús. Hasta aquí es fácil que el dedo señalador apunte a condenarlo.

Un ser humano que se equivocó y, por supuesto, grandemente, como podría ocurrirnos a usted o a mí.

Ahora, recordemos que, de acuerdo con el evangelio de Mateo el hombre “… sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata (30 siclos: 432 gramos de plata) a los principales sacerdotes y a los ancianos, «He pecado entregando sangre inocente», dijo Judas.”

Ahí está la clave: arrepentimiento. Pero a un error, sumó otro: preso de la desesperación y la culpabilidad, se ahorcó.

UN TRAIDOR ARREPENTIDO

Poco se habla del arrepentimiento de Judas. Pero vamos más allá: Si se hubiese acogido a la misericordia de Dios, ¿habría sido perdonado? Piénselo por unos instantes.

¿Desea una respuesta que lo sorprenderá? Por supuesto que sí. La gracia de Dios es ilimitada. Es la demostración infinita del amor que nos tiene, aun cuando hayamos pecado.

No alcanzamos a comprender la gracia del Padre. Desborda nuestra capacidad de entendimiento, como anota el escritor y teólogo, Lee Strobel:

“Lo que realmente me encanta de la gracia de Dios es que Dios no solamente ha borrado los pecados por los cuales merecíamos el castigo, sino que ha llegado a ser mi Padre amoroso y compasivo, cuya divina aceptación se apresura a llenar el corazón que dejó vacío nuestro padre terrenal.”

Es un hecho que todos pecamos y, por la gracia divina, tenemos la oportunidad de arrepentirnos. A este hecho, se refiere el apóstol Pablo cuando escribe:

“Pero por obra Suya están ustedes en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, santificación y redención, para que, tal como está escrito: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor».” (1 Corintios 1:30-31 | NBLA)

El asunto, aunque complejo de entender, es que Dios eternamente sabe de nuestro pecado y, en Cristo, nos abrió el camino para ser perdonados. Todo como consecuencia del martirio de Jesús en la cruz, quien vertió su sangre para limpiarnos de toda la maldad (Cf. Isaías 1: 18)

PERDONADOS DEL PECADO

Ahora, el pecado que hemos cometido y en el que quizá ahora incurrimos, atormenta a quien tiene conciencia de un Dios de amor, que desea lo mejor para nosotros.

Es evidente, entonces que, por nuestra pecaminosidad, merecemos la condenación eterna. Sin embargo, por la gracia del Padre, hallamos perdón, una nueva oportunidad y vida eterna:

«Esta justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen. Porque no hay distinción, por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios.» (Romanos 3:22-23 | NBLA)

Observe cuidadosamente que no basta con saber que la gracia de Dios está disponible para los que creen en Jesús el Señor. Debemos apropiarnos de esa gracia. Es fundamental. No es por razonamiento, sino por fe.

Cuando lo hacemos, el Padre no nos ve como los pecadores del ayer, sino como hombres y mujeres justificados por la obra de Jesucristo en el Gólgota.

El apóstol Pablo anota lo siguiente:

«Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.» (Romanos 5: 1, 2 | NBLA)

La fe en la gracia de Dios, apropiarnos de ella, es esencial. Dios no lo obligará. Es una decisión que está en sus manos. La decisión de arrepentirse y acogerse al perdón divino, es nada más que suya.

EMPRENDA UNA NUEVA VIDA

Cuando nos acogemos a la gracia de Dios tenemos ante nosotros la posibilidad de emprender una nueva vida. Ahora somos nueva creación de Dios, como explica el apóstol Pablo:

«De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas. Y todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió con Él mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; es decir, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo con Él mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación.» (2 Corintios 5:17-19)

Nuestro amoroso Padre ya no se fija en los pecados del ayer, aquellos que nos atormentan y avergüenzan, sino que nos aprecia como una nueva creación en Jesús el Señor, por la obra redentora materializada en la cruz.

Usted puede seguir como hasta ahora, sin esperanza, o dar un paso de fe transformador: acogerse y apropiarse de la gracia de Dios. Está disponible para usted.

Cristo ya pagó el precio de sus pecados en el Gólgota. La obra está consumada. Ahora le corresponde a usted avanzar y, tomado de la mano de Jesucristo, emprender ese maravilloso proceso de cambio y transformación.

Dios no lo obligará a tomar esa decisión; es usted quien debe tomarla hoy. Ábrale las puertas de su corazón a Jesucristo.

©Fernando Alexis Jiménez


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