¿Por qué recibimos la gracia de Dios?

Es por ese amor ilimitado del Padre, que Pedro—quien negó a Jesús—y el Saulo de Tarso, un perseguidor de los cristianos en el primer siglo, tuvieron una oportunidad para emprender una nueva vida.

Lección 2 | Curso Fundamentos de la Gracia


La sociedad en la que nos desenvolvemos oscila entre los extremos. Hay quienes consideran que jamás merecerán el perdón por sus pecados y ni siquiera intentan volver la mirada a Dios, conscientes de sus equívocos por muchos años, y aquellos que ven al Señor como un Padre bonachón que no se inmuta ante sus pecados.

En la delgada línea que divide estas dos posiciones, surge un interrogante que asalta a millones de personas: ¿Merecíamos la gracia de Dios? Y si no es así, ¿por qué, entonces, la recibimos?

Una respuesta muy básica, pero con fundamento bíblico, podríamos sintetizarla de la siguiente manera: Recibimos la gracia de Dios por Su infinito amor hacia nosotros.

El teólogo canadiense, James Innell Packer (1926-2020), lo explicó en los siguientes términos:

“La gracia de Dios es amor libremente expresado hacia pecadores culpables, a pesar de lo que merecían, o mejor dicho, más allá de su falta de mérito. Es Dios manifestando su bondad hacia personas que solo merecían severidad, y que no tenían razón alguna para esperar otra cosa que el juicio.”

Es por ese amor ilimitado del Padre, que Pedro—quien negó a Jesús—y el Saulo de Tarso, un perseguidor de los cristianos en el primer siglo, tuvieron una oportunidad para emprender una nueva vida.

Saulo de Tarso, quien llegaría a ser conocido como Pablo, escribió a los creyentes de Corinto su convicción alrededor de por qué él había experimentado una nueva vida. Le animamos a leer el pasaje en 1 Corintios 15:9-11 y compartirnos sus conclusiones:

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Consciente de que no tenía mérito alguno para ser elegido por Dios y tener una nueva vida y, además, un ministerio de gran alcance, escribió a los discípulos de Galacia, en Asia Menor qué hacía posible que viviera en una nueva dimensión, la misma a la que estamos llamados usted y yo.

Consulte el texto de Gálatas 2: 20, 21 y compártanos sus apreciaciones:

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Por supuesto, reconocía fallas. Las mismas en las que, sin duda, incurrimos cuando ya seguimos las huellas de Jesús, pero admitía que, si avanzaba diariamente, camino al crecimiento, no era por sus obras, sino porque Cristo vivía en Él. ¿Por qué motivo? Por la gracia de Dios. Igual con usted y conmigo.

El asunto reviste singular importancia porque evidencia el amor sin límites de nuestro Padre celestial que, sin merecerlo, nos dio una nueva vida y nos mantiene en ella, a pesar de que no merecíamos que su misericordia nos alcanzara.

SI FUERA POR EL PECADO, NO TENDRÍAMOS OPORTUNIDAD

Si Dios mirara únicamente nuestros pecados y no nos extendiera Su gracia, no tendríamos ninguna oportunidad.

El apóstol Pablo dejó claro, en su carta a los creyentes de Roma, que no había ninguna posibilidad para el género humano, proclive al pecado. Encontramos la enseñanza en Romanos 3:21-23. ¿Qué conclusiones puede sacar?

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Recibir la gracia de Dios, solo es posible por fe. No hay lugar a la racionalización, porque definitivamente no hay justificación para los pecadores.

La muerte de Jesús eliminó la brecha que nos separaba de Dios. Hizo posible que pudiéramos entrar en Su presencia y ser considerados justos y santos. ¿Qué aprendemos en Romanos 3: 24-26?

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En sus escritos, James Innell Packer, lo plantea así:

“Dios no sería fiel a sí mismo, a menos que castigara el pecado, y a menos que uno sienta, comprenda y asuma esta verdad, que quienes hacen el mal no tienen ninguna esperanza, en el orden natural de las cosas, de recibir de Dios el juicio retributivo, no podrá nadie identificarse con la fe bíblica sobre la gracia divina.”

Si nos atuviéramos a la justicia del Padre, estaríamos condenados por la eternidad, sin importar absolutamente nada. Todo, por cuenta de nuestros pecados y la naturaleza pecaminosa que nos asiste. Sin embargo, Su amor es grande y nos abre las puertas al arrepentimiento para recibir, por fe, Su gracia.

En ese orden de ideas, es esencial tener claro que fracasamos en el propósito de restaurar la relación con el Señor cuando hemos pecado, y aspirar lograrlo mediante los esfuerzos personales. Ese era el mismo pensamiento de los paganos de la antigüedad que en su equívoco, pretendían ganarse el favor de los dioses mediante sacrificios y ofrendas.

Recordemos lo que enseña el apóstol Pablo:

«Porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado.» (Romanos 3: 20 | NBLA)

Es esencial que tengamos claro que por mucho que nos esforcemos, no seremos aceptados por Dios y, menos, avanzaremos en el proceso de cambio. No importa que ese sea el eje central de muchas enseñanzas de las denominaciones que hablan de gracia, pero imponen el legalismo de las obras entre sus seguidores.

DIOS NO ESTÁ OBLIGADO A AMARNOS

¿Desconoce acaso Dios nuestros esfuerzos? No, en absoluto. Pero eso no es lo que nos ha pedido desde siempre. Él es el Señor, nuestro creador, y no está obligado ni a amarnos ni a perdonarnos.

¿Qué aprendemos en el libro de los Salmos alrededor de los sacrificios para obtener el favor de Dios?

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No hay nada que hagamos, por grande y sacrificial que parezca, que nos permita ganar el favor de Dios.

¿Qué dijo el apóstol Pablo al intervenir ante una nutrida concurrencia en Atenas y qué aplicamos a nuestra vida de esta enseñanza? (Lea Hechos 17:24, 25)

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Cuando tomamos conciencia que en nuestras fuerzas es imposible ser salvos, estamos próximos—sin duda—a comprender qué es la gracia de Dios.

Pablo, en palabras sencillas, explica por qué hoy—sin merecerlo—somos alcanzados por la gracia del Padre. Busque Efesios 2: 4-7 y compártanos sus conclusiones:

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Sobresalen en la mayoría de las traducciones bíblicas dos términos: misericordia y bondad, que son propias de la naturaleza de Dios. No es, entonces, por nuestras obras y méritos.

El teólogo norteamericano, Charles Rozell Swindoll, lo plantea de la siguiente manera:

“La gracia es para ser recibida y vivida en plenitud, no algo para analizar y discutir. La gracia que se recibe, pero no se expresa, es gracia muerta. Es hora de despertar a la gracia y vivir en ella. Por eso no podemos caminar como los que carecen de gracia, que han reducido la vida cristiana a reglas y normas que consideran son necesarias para sobrevivir.”

Si llegamos a comprender la gracia, debemos vivir en ella y no dejarnos atrapar por los asesinos de la gracia, aquellos que, hablando del asunto, imponen cargas a los seguidores de Jesús, principalmente representadas en obras para ser aceptados por Dios. Es un equívoco al que no debemos volver, porque sería un enorme retroceso.

Con siglos de antelación, Dios se refirió por medio de un profeta, a la gracia que cubriría a Su pueblo redimido:

«En aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza.»(Zacarías 13:  1 | NBLA)

Y en la carta universal de Tito, leemos:

«Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos, que, negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús.» (Tito 2:11-13| NBLA)

¿Comprende ahora la grandeza del amor de Dios? Nos dio una oportunidad que no merecíamos. Nos abrió una puerta que jamás podríamos siquiera imaginar.

Al asumirlo, nos inclinamos por el cambio. No porque creamos que las obras nos salvan, ya que es por gracia, sino porque nuestra correspondencia al amor del Padre, nos lleva a caminar de una manera diferente, en consonancia con Su voluntad.


© Fernando Alexis Jiménez | Academia Bíblica de Fe y Gracia


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